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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

le parecía castillo), y á poco trecho della detuvo las riendas á Rocinante, esperando que algún enano se pusiese entre las almenas á dar señal con alguna trompeta de que llegaba caballero al castillo. Pero como vió que se tardaban, y que Rocinante sedaba priesa por llegar á la caballeriza, se llegó á la puerta de la venta, y vió á las dos distraídas mozas que allí estaban, que á él le parecieron dos hermosas doncellas ó dos graciosas damas que delante de la puerta del castillo se estaban solazando.

En esto sucedió acaso que un porquero, que andaba recogiendo de unos rastrojos una manada de puercos (que, sin perdón, así se llaman), tocó un cuerno, á cuya señal ellos se recogen; y al instante se le representó a don Quijote lo que deseaba, que era que algún enano hacía señal de su venida; y así, con extraño contento llegó á la venta y á las damas, las cuales, como vieron venir un hombre de aquella suerte armado, y con lanza y adarga, llenas de miedo, se iban á entrar en la venta; pero don Quijote, coligiendo por su huida su miedo, con gentil talante y voz reposada les dijo: «Non fuyan las vuestras mercedes, nin teman desaguisado alguno, ca á la orden de caballería que profeso, non toca ni atañe facerle á ninguno, cuanto más á tan altas doncellas como vuestras presencias demuestran.»

Mirábanle las mozas, y andaban con los ojos buscándole el rostro, que la mala visera le encubría; mas, como se oyeron llamar doncellas, cosa tan fuera de su profesión, no pudieron tener la risa, y fué de manera que don Quijote vino á correrse y á decirles, alzándose la visera de papelón, y descubriendo su seco y polvoroso rostro: «Bien parece la mesura en las fermosas, y es mucha sandez además la risa que de leve causa procede; pero non vos lo digo porque os acuitedes ni mostredes mal talante; que el mío non es de ál que de serviros.»

El lenguaje no entendido de las señoras y el mal talle de nuestro cabellero, acrecentaban en ellas la risa, y en él el enojo; y pasara muy adelante, si á aquel punto no saliera el ventero, hombre que, por ser muy gordo, era muy pacífico; el cual, viendo aquella figura contrahecha,