la profecía, después de haber degollado al gigante, quisiese casarse conmigo, que yo me otorgase luego sin réplica alguna por su legítima esposa, y le diese la posesión de mi reino, junto con la de mi persona.
—¿Qué te parece, Sancho amigo? dijo á este punto don Quijote. ¿No oyes lo que pasa? ¿No te lo dije yo? Mira si tenemos ya reino que mandar, y reina con quien casar.
—Eso juro yo, dijo Sancho, para el puto que no se casare en abriendo el gaznatico al señor Pandahilado: pues monta que es mala la reina, así se me vuelvan las pulgas de la cama.
Y diciendo esto, dió dos zapatetas en el aire con muestras de grandísimo contento, y luego fué á tomar las riendas de la mula de Dorotea, y haciéndola detener, se hincó de rodillas ante ella, suplicándole le diese las manos para besárselas en señal que la recibía por su reina y señora.
¿Quién no había de reir de los circunstantes, viendo la locura de amo y la simplicidad del criado? En efecto, Dorotea se las dió, y le prometió de hacerle gran señor en su reino, cuando el cielo le hiciese tanto bien que se lo dejase cobrar y gozar. Agradecióselo Sancho con tales palabras, que renovó la risa en todos.
—Esta, señores prosiguió Dorotea, es mi historia; sólo resta por deciros, que de cuanta gente de acompañamiento saqué de mi reino, no me ha quedado sino sólo este bien barbado escudero, porque todos se anegaron en una gran borrasca que tuvimos á vista del puerto: y él y yo salimos en dos tablas á tierra como por milagro, y así es todo milagro y misterio el discurso de mi vida, como lo habéis notado: y si en alguna cosa he andado demasiada, ó no tan acertada como debiera, echad la culpa á lo que el señor licenciado dijo al principio de mi cuento, que los trabajos continuos y estraordinarios quitan la memoria al que los padece.
—Esa no me quitará á mí ¡oh alta y valerosa señora! dijo don Quijote, cuantos yo pasaré en serviros, por grandes y no vistos que