como le vió llegar amarillo, consumido y seco, entendió que de algún grave mal venía fatigado. Pidió luego Anselmo que le acostasen y que le diesen aderezo de escribir. Hízose así, y dejáronle acostado y solo, porque él así lo quiso, y aun que le cerrasen la puerta. Viéndose, pues, solo, comenzó á cargar tanto la imaginación de su desventura, que claramente conoció, por las premisas mortales que en sí sentía, que se le iba acabando la vida; y así, ordenó de dejar noticia de la causa de su extraña muerte; y comenzando á escribir, antes que acabase de poner todo lo que quería, le faltó el aliento, y dejó la vida en las manos del dolor que le causó su curiosidad impertinente.
»Viendo el señor de casa que era ya tarde y que Anselmo no llamaba, acordó de entrar á saber si pasaba adelante su indisposición, y hallóle tendido boca abajo, la mitad del cuerpo en la cama y la otra mitad sobre el bufete, sobre el cual estaba con el papel escrito y abierto, y él tenía aún la pluma en la mano. Llegóse el huésped á él, habiéndole llamado primero; y trabándole por la mano, viendo que no le respondía, y hallándole frío, vió que estaba muerto. Admiróse y congojóse en gran manera, y llamó á la gente de casa para que viesen la desgracia á Anselmo sucedida; y finalmente leyó el papel, que conoció que de su misma mano estaba escrito, el cual contenía estas razones:
«Un necio é impertinente deseo me quitó la vida. Si las nuevas de
»mi suerte llegaren á los oídos de Camila, sepa que yo la perdono,
»porque no estaba ella obligada á hacer milagros, ni yo tenía necesidad
»de querer que ella los hiciese; y pues yo fui el fabricador de mi des-
»honra, no hay para que...»
»Hasta aquí escribió Anselmo; por donde se echó de ver que en aquel punto, sin poder acabar la razón, se le acabó la vida. Otro día dió aviso su amigo á los parientes de Anselmo de su muerte, los cuales ya sabían su desgracia y el monasterio donde Camila estaba, casi en el término de acompañar á su esposo, en aquel forzoso viaje, no por las nuevas del muerto esposo, mas por las que supo del ausente amigo. Dícese que, aunque se vió viuda, no quiso salir del monasterio, ni