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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

nos meses vino á saber como estaba en un monasterio, con voluntad de quedarse en él toda la vida, si no la pudiese pasar con Cardenio; y que así como lo supo, escogiendo para su compañía aquellos tres caballeros, vino al lugar donde estaba; á la cual no había querido hablar, temeroso que, sabiendo que él estaba allí, había de haber más guarda en el monasterio; y así, aguardando un día á que la portería estuviese abierta, dejó á los dos á la guarda de la puerta, y él con otro había entrado en el monasterio, buscando á Luscinda, la cual hallaron en el claustro hablando con una monja; y arrebatándola, sin darle lugar á otra cosa, se habían venido con ella á un lugar donde se acomodaron de aquello que hubieron menester para traella; todo lo cual había podido hacer bien á su salvo, por estar el monasterio en el campo, buen trecho fuera del pueblo. Dijo que así como Luscinda se vió en su poder, perdió todos los sentidos, y que después de vuelta en sí no había hecho otra cosa sino llorar y suspirar, sin hablar palabra alguna; y que así, acompañados de silencio y de lágrimas, habían llegado á aquella venta, que para él era haber llegado al cielo, donde se rematan y tienen fin todas las desventuras de la tierra.