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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

y mis compañeros, todos los demás escondidos que nos vieron se vinieron llegando á nosotros. Esto era á tiempo que la ciudad estaba ya cerrada, y por toda aquella campaña ninguna persona parecía. Como estuvimos juntos, dudamos si sería mejor ir primero por Zoraida, ó rendir primero á los moros bagarinos que bogaban el remo en la barca; y estando en esta duda, llegó á nosotros nuestro renegado, diciéndonos que en qué nos deteníamos, que ya era hora, y que todos sus moros estaban descuidados, y los más dellos durmiendo. Dijímosle en lo que reparábamos, y él dijo que lo que más importaba era rendir primero el bajel, que se podía hacer con grandísima facilidad y sin peligro alguno, y que luego podíamos ir por Zoraida. Pareciónos bien á todos lo que decía, y así, sin detenernos más, haciendo él la guía, llegamos al bajel, y saltando él dentro primero, metió mano á un alfanje, y dijo en morisco:

»—Ninguno de vosotros se mueva de aquí, si no quiere que le cueste la vida.

»Ya á este tiempo habían entrado dentro casi todos los cristianos.

»Los moros, que eran de poco ánimo, viendo hablar de aquella manera á su arráez, quedáronse espantados; y sin ninguno de todos ellos echar mano á las armas (que pocas ó casi ningunas tenían), se dejaron, sin hablar alguna palabra, maniatar de los cristianos, los cuales con mucha presteza lo hicieron, amenezando a los moros que si alzaban por alguna vía ó manera la voz, que luego al punto los pasarían todos á cuchillo. Hecho ya esto, quedándose en guardia dellos la mitad de los nuestros, los que quedábamos, haciéndonos asimismo el renegado la guía, fuimos al jardín de Agimorato; y quiso la buena suerte que, llegando á abrir la puerta, se abrió con tanta facilidad como si cerrada no estuviera; y así, con gran quietud y silencio llegamos á la casa, sin ser sentidos de nadie. Estaba la bellísima Zoraida aguardándonos á una ventana; y así, como sintió gente, preguntó con voz baja si éramos nizarani, como si dijera ó preguntara si éramos