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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

dió con él en la mar, sin que ninguno echase de ver lo que hacía. En resolución, todos pasamos con los franceses, los cuales, después de haberse informado de todo aquello que de nosotros saber quisieron, como si fueran nuestros capitales enemigos, nos despojaron de todo cuanto teníamos, y á Zoraida le quitaron hasta los carcajes que traía en los pies; pero no me daba á mí tanta pesadumbre la que á Zoraida daban, como me la daba el temor que tenía de que habían de pasar del quitar de las riquísimas y preciosísimas joyas al quitar de la joya que más valía y ella más estimaba. Pero los deseos de aquella gente no se extienden á más que al dinero, y desto jamás se ve harta su codicia, la cual entonces llegó á tanto, que aun hasta los vestidos de cautivos nos quitaran si de algún provecho les fueran; y hubo parecer entre ellos de que á todos nos arrojasen á la mar, envueltos en una vela; porque tenían intención de tratar en algunos puertos de España con nombre de que eran bretones; y si nos llevaban vivos, serían castigados, siendo descubierto su hurto. Mas el capitán, que era el que había despojado á mi querida Zoraida, dijo que él se contentaba con la presa que tenía, y que no quería tocar en ningún puerto de España, sino irse luego al Océano, y pasar el estrecho de Gibraltar de noche ó como pudiese, hasta la Rochela, de donde había salido; y así, tomaron por acuerdo de darnos el esquife de su navio y todo lo necesario para la corta navegación que nos quedaba, como lo hicieron otro día, ya á vista de tierra de España, con la cual vista y alegría todas nuestras pesadumbres y pobrezas se nos olvidaron de todo punto, como si propiamente no hubieran pasado por nosotros: ¡tanto es el gusto de alcanzar la libertad perdida!

»Cerca de mediodía podría ser cuando nos echaron en la barca, dándonos dos barrilles de agua y algún bizcocho; y el capitán, movido no sé de qué misericordia, al embarcarse la hermosísima Zoraida le dió hasta cuarenta escudos de oro, y no consintió que le quitasen sus soldados estos mismos vestidos que ahora tiene puestos. Entramos en el bajel, dímosles las gracias por el bien que nos hacían, mostrándonos