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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

jaula, y que me sería mejor hacer la enmienda y mudar de lectura, leyendo otros más verdaderos y que mejor deleitan y enseñan.

—Así es, dijo el canónigo.

—Pues yo, replicó don Quijote, hallo por mi cuenta que el sin juicio y el encantado es vuestra merced, que se ha puesto á decir tantas blafemias contra una cosa tan recebida en el mundo y tenida por tan verdadera, que el que la negase, como vuestra merced la niega, merecería la misma pena que vuestra merced dice que da á los libros cuando los lee y le enfadan; porque querer dar á entender á nadie que Amadís no fué en el mundo, ni todos los otros caballeros aventureros de que están colmadas las historias, será querer persuadir que el sol no alumbra, ni el hielo enfría, ni la tierra sustenta. Porque ¿qué ingenio puede haber en el mundo que pueda persuadir á otro que no fué verdad lo de la infanta Floripes y Güi de Borgoña, y lo de Fierabrás con la puente de Mantible, que sucedió en el tiempo de Cario Magno? que ¡voto á tal, que es tanta verdad, como es ahora de día! Y si es mentira también lo debe de ser que no hubo Héctor, ni Aquiles, ni la guerra de Troya, ni los doce Pares de Francia, ni el rey Artús de Inglaterra, que anda hasta ahora convertido en cuervo, y le esperan en su reino por momentos. Y también se atreverán á decir que es mentirosa la historia de Guarino Mezquino y la de la demanda del santo Grial, y que son apócrifos los amores de don Tristán y la reina Iseo, como los de Ginebra y Lanzarote, habiendo personas que casi se acuerdan de haber visto á la dueña Quintañona, que fué la mejor escanciadora de vino que tuvo la Gran Bretaña. Y es esto tan ansí, que me acuerdo yo que me decía una mi agüela de parte de mi padre, cuando veía alguna dueña con tocas reverendas: «Aquella, nieto, se parece á la dueña Quintañona»; de donde arguyo yo que la debió de conocer ella, ó por lo menos debió de alcanzar á ver algún retrato suyo. Pues ¿quién podrá negar no ser verdadera la historia de Pierres y la linda Magalona, pues aun hasta hoy día se ve en la armería de los Reyes la clavija con que volvía el caballo de madera sobre quien iba el valiente Pierres por los aires,