L cual aun todavía dormía. Pidió á la sobrina las llaves del aposento donde estaban los libros, autores del daño, y ella se las dió de muy buena gana. Entraron dentro todos, y el ama con ellos, y hallaron más de cien cuerpos de libros grandes, muy bien encuadernados, y otros pequeños; y así como el ama los vió, volvióse á salir del aposento con gran priesa, y tornó luego con una escudilla de agua bendita y un hisopo, y dijo:
—Tome vuestra merced, señor licenciado, rocíe este aposento; no esté aquí algún encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos encante, en pena de la que les queremos dar echándolos del mundo.
Causó risa al licenciado la simplicidad del ama, y mandó al barbero que le fuese dando de aquellos libros uno á uno, para ver de qué trataban, pues podía ser hallar algunos que no mereciesen castigo de fuego.
—No, dijo la sobrina; no hay para qué perdonar á ninguno, porque