habitantes. Los arrozales regados por canales, los ríos unidos por numerosos puentes, los principescos castillos que emergen de vastos parques y los bosques sagrados que rodean los templos, dan á los habitantes de la ciudad la ilusión de que viven en pleno campo, y, dominando orgullosamente todo el conjunto, el recinto fortificado del inmenso palacio imperial alza al cielo sus bastiones infranqueables. Una vía férrea une á Tokio con Yokohama, dejando sobre los luminosos paisajes de este suelo las huellas de la civilización occidental.
En el sitio en que se detiene el tren, la ciudad nipona no ofrece ningún carácter individual; diríase que se está en una ciudad de los Estados Unidos; pero felizmente esta engañosa impresión sólo dura el tiempo que se tarda en atravesar uno ó dos bulevares formados por una serie de casitas de madera, bajo cuyos techos se ven las ventanas con sus "vidrieras" de papel; todas estas casas son muy parecidas por su forma y su color, un poco apagado por las intemperies.
Otras calles son anchas, en las cuales, de cuando en cuando, hay pórticos cubiertos por un techo; estos pórticos eran antiguamente las separaciones indicadoras de los límites de los barrios y se cerraban por la noche á una hora determinada. Pero esta costumbre ha caído en desuso. Las calles están todas muy animadas y llenas de gentes ocupadas en sus asuntos. También hay coches pero no forman la aglomeración de los grandes bulevares de París. En Tokio, la mayor parte