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El Japón

Al entrar en los salones, recibí una sorpresa agradable: el ministro estaba vestido con su traje nacional; el conde Hisamatsu, agregado militar, también lo vestía y todas las señoras japonesas lucían las delicadas prendas de su país. La señora Motono estaba peinada como las grandes damas de otro tiempo; su magnífica cabellera, partida en dos, se deslizaba á lo largo de sus mejillas,—al estilo de un precursor de Botticelli,—y después, se reunían en un sola trenza, á lo largo de la espalda.

Mientras se esperaba á que llegasen todos los invitados, nos enseñaron, con un aparato de proyecciones, grandiosos paisajes del Japón, templos, fortalezas antiguas; después, el señor Tatsuké, segundo secretario, el más parisiense de los japoneses de París, pronunció, en un francés elegante y con perfecto acento, un discurso histórico acerca del te y de la Tcha-no-you. Fué muy aplaudido.

Nos dijo que la ceremonia del te, aún en moda en nuestros días, tuvo sus fanáticos; el skogoun Yoski-Massa, del que hablaremos ahora, lo amó hasta tal punto que abdicó el poder en favor de su hijo para poderse consagrar por completo á su placer favorito. . . .

Acaba de disponerse una mesa cubierta con un tapiz de seda, sobre la cual se pone un pesado escalfador de bronce cincelado, de donde sale un poco de vapor; detrás de la mesa, una silla, y, cerca de aquélla, dando

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