—Tienes razón, amigo mío—dijo Miodjin, un poco melancólicamente—haré lo que quieras.
En este momento dejaron de remar los barqueros.
—Miren el Fousi-Yama—dijo uno de ellos.
Calláronse los jóvenes y ambos se levantaron para admirar en el horizonte la soberbia montaña que, sin las brumas de la mañana, por encima de los arrozales, se elevaba majestuosamente, envuelta en su manto de nieve, á la que el sol arrancaba destellos dorados; entre las colinas aterciopeladas y verdes, ondulando á sus pies, parecía un príncipe en medio de los señores de su corte prosternados á sus plantas.
—Futen, el dios de los vientos, que vive en la cima del monte Fusi, ha soplado sobre las nubes que rodeaban su mansión—dijo Miodjin.
—Efectivamente—añadió Boitoro, colocándose la mano sobre los ojos á guisa de pantalla—la mañana está despejada y tendremos un poco de brisa todo el día, que nos permitirá soportar el calor, porque se distinguen los edificios de los bonzos.
Volvieron á remar los barqueros llegando al poco tiempo á una pequeña bahía, ensombrecida por una soberbia vejetación, ante la posada de los "Cañaverales floridos."
Los lirios, las flexibles cañas enlazándose como haces de mazorcas salpicados de flores en forma de estrella ó de crestas delicadas, como el plumón de un patito, sólo dejaban un estrecho camino á las barcas que conducían á los parroquianos á la posada. La habita-