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Y acostóse en la cama, poniendo por cabecera las calzas y el jubón. Y mandóme echar a sus pies, lo cual yo hice. Mas maldito el sueño que yo dormil Porque las cañas y mis salidos huesos en toda la noche dejaron de rifar y encenderse. Que con mis trabajos, males y hambre pienso que en mi cuerpo no había libra de carne, y también, como aquel día no había comido casi nada, rabiaba de hambre, la cual con el sueño no tenía amistad. Maldíjeme mil veces, ¡Dios me lo perdonel, y a mi ruin fortuna, alli lo más de la noche, y, lo peor, no osándome revolver por no despertarle, pedí a Dios muchas veces la muerte.

La mañana venida levantámonos, y comienza a limpiar y sacudir sus calzas, y jubón, sayo y capa. ¡Y yo, que le servía de pelillo! Y vistese muy a su placer, despacio. Echéle aguamanos, peinóse y puso su espada en el talabarte, y al tiempo que la ponía díjome:

—¡Oh, si supieses, mozo, qué pieza es esta! No hay marco de oro en el mundo por que yo la diese. Mas así, ninguna de cuantas Antonio hizo no acertó a ponelle los aceros tan prestos como esta los tiene.

Y sacóla de la vaina y tentola con los dedos, diciendo:

—¿Vesla aquí? Yo me obligo con ella a cercenar un copo de lana.

Y yo dije entre mí:

—Y yo con mis dientes, aunque no son de acero, un pan de cuatro libras.

Tornóla a meter y ciñósela, y un sartal de cuentas