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con que en aquel momento se vestia hasta la naturalesa del bosque, seguia un estrecho sendero que pasaba por lo mas espeso de la selva.— Alto! gritó de repente una ronca voz que á poca distancia de mi salia. Levanté los ojos y me hallé en presencia de un hombre con proporciomes de gigante: Traia en la mano una nudosa porra: horriblemente brillaban en su cara negra como la noche, el blanco de sus salientes y bizcos ojos. Llevaba, en lugar del ceñidor, una gruesa cuerda en varias vueltas hada á la cintura, y venian en ella sujeto un ancho cuchillo y un par de pislolas.— Alto, repitió, y al tiempo que su poderoso brazo me sujetaba. La voz humana me hizo temblar; pero la presencia de un malvado me animó. Desgraciada situacion la mia! temer, huir del hombre honrado iba á ser en adelante mi destino.

—¿Quién sois, hermano? dijo á este punto el del garrote.

—Un malvado como tu sino me engañan las apariencias.

—El sendero no pasa por aqui: ¿qué buscas en estos apartados lugares?

—¿Qué derecho tienes de preguntármelo? dije con soberbia.

El del bosque me miraba de arriba abajo, como si quisiese comparar mis formas con las suyas, y descubrir en mis miembros el apoyo de mis altaneras palabras.

—El temor de perder no te detiene la lengua; hablas brutalmente como un mendigo.

—Bien puede eso ser; pero de ayer acá ya no lo soy.

—No me detendria el temor de jurar en falso, dijo el otro rièndose, para jurar que á la presente tu traza no te recomienda por cosa mejor.

—Por algo peor: y con estas palabras quise seguir mi camino.

—Hola! amigo, ¿qué os hace correr así fuera de aliento por estas soledades?

Me recapacito algun tiempo y aun no acierto como se me vinieron estas palabras á la boca.— «La vida es corta, dije pausadamente, y los martirios del infierno son eternos.»

Pasmado se me quedó mirando: maldito sea, esclamó, sino te has escapado, y á duras penas, de la horca.

—Bien puede ser asi como lo cuentas; pero hasta mas ver, camarada.

Bravo, hermano; y sacando de sus alforjas una bota de cuero, la empinó un breve espacio, convidándome á hacer lo mismo. La carrera y la angustia habian agotado mis fuerzas; en todo el dia no habia tomado alimento. Ya temia morir de hambre y de sed en la selva que en tres leguas a la redonda no habia donde ampararme. Volvió el perdido vigor á mis miembros, y nuevo valor animó mi corazon; y fue de tal