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los àngulos. Yo no soy supersticioso, pero esta carta me amedrentaba.

La guardé en mi cuarto bajo el fanal de un mal reló ingles que se hallaba junto á mi cama. Esa cama era una verdadera cama de marino, como sabeis que son. Pero, yo no sé lo que digo; vos no tendreis mas mas que diez y seis años, y no las habreis podido ver.

El dormitorio de una reina no puede estar mejor arreglado que el de un marino, sea dicho sin vanidad. Cada cosa en su sitio y en su clavo. Nada se mueve; el barco puede rodar todo lo que quiera, y nada se descompone. Los muebles estan hechos conforme la forma del buque, y segun el cuarto en que se hallan. Mi cama era un cofre; abierto me acostaba en él; cerrado era un sofá, y sentado, fumaba mi pipa. Algunas veces me servia de mesa, y entonces se sentaba uno en unos peque­ños toneles que habia en el cuarto. Mi entarimado estaba encerado, y mi bergantin tambien tenía su valor;·amenudo nos divertiamos de un modo estraordinario y grande, y el viage empezó esta vez muy agradablemente, sino hubiera sido porque .. pero no nos anticipemos.

Teníamos un delicíoso viento Nord-noroeste, y estaba ocupado cuando entró mi desterrado en mi cuarto. Traia de la mano á una jóvencita de algunos diez y siete años. Me dijo contaba él dos años mas que ella; era un bello muchacho, aunque algo pálido; y demasiado blanco para hombre: era sin embargo un hombre, y un hombre que se comportó cuando llegó la ocasion, mejor que muchos ancianos se hubieran portado lo vereis. Tenía á la jovencita del brazo: era ella fresca y alegre como una criatura; tenían la apariencia de dos tortolillas, y su vista no agradaba. Les dije: Venis á hacerle una visita al viejo capitan? Os lo agradezco: os llevo algo lejos, hijos mios; pero tanto mejor, tendrémos mas tiempo para conocernos. Siento haber recibido á la Señora sin levita; pero estaba ocupado clavando esta infame carta allá arriba, y tuve para mas comodidad que despojarme de ella. ¿Quereis ayudarme un poco?

Eran verdaderamente niños esce entes. El jóven marido tomó el martillo, y la muger los clavos, y me sirvieron conforme los iba necesitando, y ella me decia:—A derecha, á izquierda, capitan;—siempre riéndose, porque el balanceo del buque hacía bambolear el reló, y eso la divertia: aun me parece oir su vocecita,—á derecha, á izquierda, capitan.—Se burlaba de mi.—Ah! picarilla! le decía yo; se lo diré á vuestro marido para que os riña.—Vamos, vamos.—Se echaba sobre el cuello del jóven, y lo abrazaba. De esta manera hice conocimiento con aquellos lindos y buenos niños. Desde aquel dia fueron mis amigos.

Fué una travesía agradable. Siempre tuvimos buen tiempo. Como nunca había tenido á bordo mas que semblantes sombríos, quise gozar de la agradable novedad, é hice que mis dos jóvenes esposos viniesen todos los dias á comer conmigo, y me encantaban. Cuando habíamos co-