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era posible que se separasen de tan hermoso soberano. Mi buena Sofia, qué tonteras estas contando! interrumpió Luisa con impaciencia.

―Serán tonteras si gustais, señorita; y sin embargo, si yo estuviera en vuestro lugar, yo iría en busca de este amable soberano antes de salir del castillo, y le pediria su mediacion para libertaros del odioso casamiento.

―Escelente idea, esclamó Margarita. Vamos, enjúgate tus lágrimas Luisa, y mañana en persona apelarás á la benevolencia del rey.

―Ah!―dijo Sofia.―Las puertas se abren..... Ya sube á su aposento. Las hermanas se apresuraron á ecsaminar el monarca que subia la escalera. «Que buen mozo es!» esclamó Luisa asomándose sobre la balaustrada.

Habia un eco estraordinario en la escalera de Vaudemont, que fué causa de que esta esclamacion llegara á los oidos del rey Enrique quien alzando los ojos, saludó con respeto á las jóvenes que lo miraban con tan evidentes muestras de admiracion. Luisa se retiró á su aposento llena de rubor y confusion.

—¡Dios mio!―¿Como puedo ya presentarme al rey?

―Alcontrario, mucho mas dispuesto estará, (despues de lo que ha oido) á concederte lo que le pides, respondió Margarita.

—La conversacion fué interrumpida por la entrada de la Duquesa de Mercoeur que venia á noticiarle á Luisa el honor que iva á conferirle el rey, dignándose hacer de padrino en su boda con el Conde de Brienne ecsortándola al mismo tiempo para que se condujera de una manera digna y propia de tan importante ocasion. Una mirada, y una seña de Margarita indujeron á Luisa, á recibir este anuncio con paciencia. La Duquesa la elogió por su entrada en la senda de la razon, y le presentó un hermoso aumento á sus alhajas de novia y se retiró.

Margarita, que con el alba se habia levantado y habia tenido una entrevista con su amado Joyeuse, antes de haberse despertado Luisa, se dirigió presurosa á disipar el sueño de su hermana y à ayudará su doncella á hacer resaltar todo lo mas posible los encantos de la persona de Luisa: no equipándola en su costoso y magnifico vestido de boda que tenía preparada para sus desposorios, sino con un sencillo ropage blanco que caia en elegantes pliegues sobre sus graciosas formas, y peinando su lindo cabello rubio en largos risos, sugetólos con un solo aro de perlas al que prendió un sencillo velo blanco. En seguida le entregó una canastilla de flores frescas que habia cogido y arreglado aquella mañana, y la dirigió en busca del rey á la capilla de Nuestra Señora de Vaudemont en los bosques, donde Joyeuse le habia dicho, Enrique pensaba orar aquella mañana a las seis.