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EL ROBINSON SUIZO.

go, que al absober su parte dañina le devuelve la elasticidad que lo pone en movimiento.

Al punto nos dirigímos en busca de ramitas y yerba seca, formando haces, los cuales se fueron arrojando encendidos por el boquete, y como al instante los apagában los miasmas infectos de la caverna, tuve que apelar á otro medio para purificar la gran corrupcion de aquel aire.

Entre los objetos procedentes del buque teníamos una caja de cohetes para señales en alta mar. Fuímos por ella, y cuando la tuve á mi disposicion, abríla y saqué bombas y cohetes de iluminacion, que atados todos juntos con una cuerda, colgué dentro de la cueva, prendiéndoles fuego desde fuera por medio de una larga mecha. Algo alejados por precaucion, á los pocos minutos oyóse un estallido y un humo espeso salió de la caverna. Repetida esta operacion hasta que se consumió el último cohete, y cuando creí purgada la caverna de los vapores que la infestaban, renové la prueba de los haces de leña encendidos, que viéndolos arder como si estuvieran al aire libre me evidenciaron que los gases mefíticos se habian consumido. Sin embargo, persuadido de que el aire no ofrecia peligro alguno, faltaba cerciorarme, ántes de entrar, del estado del suelo, por si andando en la oscuridad pudiéramos tropezar con alguna laguna ó abismo que nos sumergiese; por lo tanto, miéntras Federico y yo ensanchábamos el boquete dispuse que Santiago, caballero en el búfalo, fuése corriendo á Falkenhorst, para anunciar este maravilloso descubrimiento á la madre, y traerse á la vuelta cuantos hachones y bujías encontrase, á fin de explorar prolijamente la caverna.

No podia haber elegido mensajero más á propósito. No bien se lo dije montó en su corcel, y cogiendo una caña por látigo, partió con tal rapidez, que se me erizaron los cabellos de verle, pues no parecia sino que volaba.

Interin volvia, Federico y yo despejámos la entrada de la cueva para que pudiera entrar la familia. No habrian pasado tres horas, y ya vímos de vuelta á Santiago haciendo de batidor: tras él venía la carreta, y en ella mi esposa y Franz; Ernesto sentado en la delantera guiaba el tronco. La elocuencia de mi correo fue tal que obligó á todos á que abandonasen lo que estaban haciendo y se pusiesen en camino, unciendo el asno y la vaca al vehículo para llegar más pronto. Cuando estuvo cerca, acudió Santiago en auxilio de su madre para apearse del carro. La simple vista de los trabajos exteriores asombró á los recien venidos, y todos impacientes por penetrar en la cueva cuya profundidad no se podia calcular desde afuera. Al instante se encendieron las velas; cada cual tomó la suya, además otra apagada, y avíos de encender por lo que pudiera ocurrir, y armados entrámos dentro. Yo iba delante reconociendo el terreno con un palo por si encontraba algun obstáculo que impidiese el paso; seguian los niños tanto recelosos, y detras la madre llevando de la mano á Franz, que azorado asíase á su falda; hasta los perros que nos acompañaban parecian asus-