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EL ROBINSON SUIZO.

fue dirigirse al Señor. No quise interrumpirles, tal fue la emocion tierna que me causó aquella invocacion al Criador en medio de la más rica naturaleza y del solemne y profundo silencio que por do quier nos rodeaba. Luego que hubieron acabado, les mandé que bajasen, y sin atreverme á reprenderles, no estuve tranquilo hasta que los recibieron mis brazos.

En seguida que todos estuvímos reunidos, hubo que discurrir en tomar algunas disposiciones para pasar la noche, siendo una de las más importantes encender hogueras que ardiesen constantemente hasta la madrugada para alejar cualquiera fiera, si es que las hubiese por aquellos contornos. Mi esposa me enseñó entónces la obra en que invirtiera gran parte del dia. Con el auxilio de las agujas del puerco espin, dispuso dos aparejos completos para las dos bestias de carga. Para halagarla, la dí mi palabra de que al día siguiente sin falta podríamos ya instalarnos y tomar posesion del nuevo domicilio. Ernesto, á quien no agradaban mucho los trabajos de fuerza, se habia quedado con su madre, y entre él y Franz la ayudaron en las faenas de la cocina. A la lumbre y en un palo colocado encima de dos ramas en forma de horquillas fijadas en el suelo, se estaba acabando de asar un pedazo bien magro de puerco espin que despedia un olor más grato que el incienso, miéntras que otro hervia en el puchero; un trozo de lona tendido sobre el césped servia de mantel; la manteca y la galleta aunque algo dura, ocupaban su puesto: en una palabra, la cena nos aguardaba, y despues de disponer las hogueras al rededor de nuestro albergue, de reunir las bestias y arrendarlas bajo la bóveda de raíces donde íbamos á pasar la noche, de recogerse las gallinas y palomas que se mecian en las ramas inmediatas, y que el flamenco se subió sobre una de las raíces y encogiendo la pata izquierda se durmió; despues, en fin, que quedámos libres de todo cuidado para pensar únicamente en nosotros, nos pusímos á cenar con todo descanso, y la fatiga, el buen apetito y sobretodo los buenos platos que nos aguardaban, hicieron esta cena una de las más espléndidas y alegres. La temperatura no podia ser más grata, la luna brillaba con todo su esplendor; pero poco á poco la charla disminuyó gradualmente, los repetidos bostezos fuéron indicando el advenimiento del sueño; se rezaron las oraciones de la noche, y mandé se recogieran todos. Antes de hacerlo yo, aticé y añadí leña á las hogueras, hice la ronda al rededor de nuestra habitacion, en la que no entré hasta quedar seguro enteramente de que al ménos por el momento no amenazaba riesgo alguno á mi familia. Al principio esta encontró algo incómodas las hamacas, echando de ménos sus antiguos lechos de musgo y yerba seca, donde podian extenderse á su placer; pero el sueño las fué haciendo más dulces y agradables. A poco no se percibia ni el zumbido de un mosquito, reinando por do quier el más absoluto silencio, y no percibí á mi al rededor sino la débil y tranquila respiracion de aquellos seres, lo cual me probó que yo únicamente era el que todavía estaba despierto.