Página:El Señor y lo demás son cuentos (1919).djvu/103

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
97
 

nada don Fermín, y así, aunque devoto y aun supersticioso, como luego veremos, siempre se opuso terminantemente a aprender de memoria la oración de San Antonio. ¿Para qué?—decía él—. ¡Si yo estoy seguro de que no he de perder nunca nada!

—Sí tal—le dijo en una ocasión el cura de su parroquia, cuando Fermín ya era muy hombre—, sí tal; puede usted perder una cosa...: el alma.

—De que eso no suceda—replicó Zaldúa—ya cuidaré yo a su tiempo. Por ahora a lo que estamos. Ya verá usted, señor cura, cómo no pierdo nada. Procedamos con orden.

El que mucho abarca poco aprieta. Yo me entiendo.

Lo único de su niñez que Zaldúa recordaba con gusto y con provecho, era la gracia que desde muy temprano tuvo de hacer parir dinero al dinero y a otras muchas cosas. Pocos objetos hay en el mundo, pensaba él, que no tengan dentro algunos reales por lo menos; el caso está en saber retorcer y estrujar las cosas para que suden cuartos.

Y lo que hacía el muchacho era juntarse con los chicos viciosos, que fumaban, jugaban y robaban en casa dinero o prendas de algún valor. No los seguía por imitarlos, sino por sacarlos de apuros, cuando carecían de pecunia, cuando perdían al juego, cuando tenían que restituir el dinero cogido a la familia o las prendas empeñadas. Fermín adelantaba la plata necesaria...; pero era con interés. Y nunca prestaba sino con garantías, que solían consistir en la superioridad de sus puños,

El Señor
7