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himno de los astros, que Pitágoras creía oir, no es más que el grillo del hogar, el prosaico chisporroteo del carbón y el bullir del agua de la caldera... ¡Basta de olla podrida! Apaguemos el sol, aventemos las cenizas del hogar. El gran hastío de la luz meridiana ha inspirado este pequeño libro. ¡Que él es sincero! ¡Que él es la expresión fiel de un orgullo noble que desprecia favores que no ha solicitado, halagos de los rayos lumínicos que le parecen cadenas insoportables!

"Él tendrá bello el sol obstinándose en ser benéfico; al fin es un tirano; la emancipación de la humanidad no será completa hasta el día que desatemos este yugo y dejemos de ser satélites de ese reyezuelo miserable del día, vanidoso y fanfarrón, que después de todo no es más que un esclavo que sigue la carrera triunfal de un señor invisible."

El prólogo seguía diciendo disparates que no hay tiempo para copiar aquí, y el traductor seguía soltando galicismos.

Ello fué que el libro hizo furor, sobre todo en el África Central y en el Ecuador, donde todos aseguraban que el sol ya los tenía fritos.

Se vendieron 800 millones de ejemplares franceses y 300 ejemplares de la traducción española; verdad es que éstos no en la Península, sino en América, donde continuaban los libreros haciendo su agosto sin necesidad de entenderse con la antiquísima metrópoli.

Después del poeta vinieron los filósofos y los