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bíblicos, pues se ve en ellos que su energía no decae ni un momento y que en él no hay contradicciones; porque el haber hecho el mundo, y arrepentirse después, no es una contradicción, toda vez que, si a eso fuéramos, ahí está Cánovas, que primero fué revolucionario y después se arrepintió, y la energía de Cánovas, sin embargo, está fuera de toda discusión. Y me alegro de haber citado a este personaje, porque si ustedes quieren buscarle a Jehová, según le presenta la Biblia, un parecido, el mayor que encontrarán en la historia, para tener idea del Zeus bíblico, será ése, Cánovas, el Feus malagueño.

Y ahora tengo que entendérmelas con los timoratos y escrupulosos en materia religiosa, que acaso quieran ver ribetes de impiedad en mi cuento. No hay tal impiedad; primero y principalmente, porque sólo se trata de una broma, y yo aquí no quiero probar nada, ni acabar con la Iglesia de Pedro, ni siquiera con los abusos del clero madrileño. Ni yo soy clérigo de El Resumen, ni siquiera redactor de Las Dominicales, ni ése es el camino. Por no ser, ni soy como el autor de Namouna, adorador de Cristo y además de Ahura-Mazda y de Brahma y de Apis y de Vichnú, etcétera, etc. Estos eclecticismos religiosos no se han hecho para mí. Lo que puedo jurar es que respeto a Jehová, escríbase cómo se escriba, tanto como el que más, y que en este cuento no pretendo reemplazar la religión de nuestros mayores por otra de mi invención. Para significar ese res-