Página:El Señor y lo demás son cuentos (1919).djvu/165

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
159
 

—Sí, pero...

—La Sabiduría infinita.

—Sí, pero...

—¿Pero qué, hija?

—Pero algo raro.

—Y tan raro, como que es el único.

—No, no quiero decir raro en ese sentido, sino en el de... ¡Mira tú que prohibirnos comer de esas manzanas como si fuéramos unos chiquillos!...

—Y no comeremos.

—Claro que no, hombre. No te pongas tan fiero. Pues por eso digo que es raro. ¿Qué trabajo nos cuesta a nosotros ponernos formales y, escarmentados, prescindir de unas pocas manzanas que son como las demás?

—Mira, en eso no nos metamos. Dios es Dios, ¿estás? y lo que Él hace, bien hecho está.

—Pero confiesa que eso es un capricho.

—No confieso tal, ni tú tampoco; y te prohibo blasfemar en adelante. Por lo pronto, no pienses más en tales manzanas..., que el diablo las carga.

—¡Qué ha de cargar, infeliz! Buena soy yo. A propósito, tengo sed..., deseo de eso, de eso..., de fruta..., de manzanas precisamente, y de Balsaín.

—¡Mujer!

—¡Bobalicón! ¿No ha dicho que de esa clase hay aquí a porrillo? Pues vamos a buscar otro árbol igual, y me das un hartazgo. ¿Conoces tú el Balsaín?

—Sí, Evelina. (Busca.) Aquí tienes otro árbol