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se equivoca cuando jura (¡y jura bien!), que para él no hay más creencia que el espíritu de cuerpo; porque también entonces alude al cuerpo de su tordo, que sería su Pílades, si hubiera Pílades de cuatro patas, y si hombres como el Conde de La Pita pudieran ser Orestes. El tiempo que no pasa a caballo lo da La Pita por perdido; y, en su misantropía de animal perdido en una forma cuasi humana, declama, suspirando o relinchando, que no tiene más amigo verdadero que su tordo.

Violeta, al preguntarle si era feliz con su marido, me contestaba ayer, disimulando un suspiro: "Sí, soy feliz... en lo que cabe... Me quiere... le quiero... Pero... el ideal no se realiza jamás en este mundo. Basta con soñarlo y acercarse a él en lo posible. Entre el Conde y su tordo... ¡Ah! Pero el ideal jamás se cumple en la tierra."

¡Pobre Violeta; le parece poco Centauro su marido!