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amar y renunciar y prescindir. Sí, hoy existen hombres, especie de trapenses disfrazados, que se tonsuran la aureola del genio como se rasura el monje, y que no dan más aprecio al bien efímero de que se despojan, la gloria, que el humilde religioso al cabello que ve caer a sus pies. No importa que estos modernos sectarios de la prescindencia sigan figurando en el mundo, escribiendo poemas, novelas, ensayos; todo eso es apariencia, tal vez un modo de ganar el pan y las distracciones; pero en el fondo ya no hay nada; no hay deseo, no hay plan, no hay orden bello de vida que aspira a un fin determinado; no hay nada de lo que había, por ejemplo, en el sistemático Goethe, que metió el mundo en su cabeza para poder ser egoísta pensando en lo que no era él; por eso se ve que tales hombres siguen figurando entre los artistas, entre los escritores; parece que siguen aspirando al primer puesto... sin facultades suficientes. Acaso no las tengan, pero no les importa; ni aunque las tuvieran las emplearían con la constancia, la fe, el entusiasmo, el orden que ellas exigen; por despreciar la fama hasta consienten que se crea que aun aspiran a ella. Insisten en escribir, por ejemplo, porque no saben hacer otra cosa; por inercia, porque es el pretexto mejor para pensar y sentir... y sufrir."

"Y si no, aquí estoy yo—seguía pensando Víctor, pero esto más piano para no oirse a sí mismo, si era posible;—aquí estoy yo, que no seré genio, pero soy algo, y renuncio también a la cartera,