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ba, como pronto pudo conocer con sorpresa y alegría, el carácter soñador y caviloso de la señora de Carrasco.

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La parte material, el teatro, por decirlo así, de la aventura iniciada, puede figurárselo el lector que haya vivido en una playa en verano y haya tenido amoríos, o pretensiones a lo menos, en ocasión tan propicia; los que no, pueden recurrir al recuerdo de cien y cien novelas, y cuentos y comedias en que el mar, la arena, los marineros y demás partes de por medio y decoraciones adecuadas hacen el gasto.

El señor Carrasco, el eximio académico de la Historia, era tan aficionado como a sondar los arcanos de lo pasado, a sondar el fondo de las aguas donde podía sospecharse que había pesca; pescaba desde que Dios mandaba la luz al mundo, y cuando no podía, revolvía la arena en busca de conchas pintadas, restos de esos humildes animalitos que otros más fuertes persiguen y que por amor a la paz, a la tranquilidad, se resignan a vivir enterrados, bajo la arena, donde no estorban ni excitan la voracidad del fuerte. Mientras el académico penetraba con el tentáculo de la caña y el anzuelo en lo recóndito del agua, o revolvía con su bastón la blanda y deleznable arena, su mujer, paseando al borde de las espumas, sondaba los misterios del alma guiada por el inteligente buzo de oficio Víctor Cano.

Durante los primeros días de la estancia en Z...,