Capítulo XVI
Al oir hablar de tigres y panteras, la imaginación se transporta al centro de las fragosas selvas; ve las fieras que las pueblan, las víctimas que huyen despavoridas, o que lanzan con su sangre los últimos gemidos; oye los vientos que silban por entre el tupido ramaje, los troncos que rechinan en su roce, los rugidos lejanos de la pantera; y en medio de esa soledad, de esos riesgos y horrores, admira la noble y austera figura del rey de la creación, sobre el potro que ha sometido, acompañado de los leales mastines que van a compartir con él los peligros de la lucha con el más fuerte y altivo de los tiranos del bosque; todo lo que infunde pavor y tristeza se apodera vivamente del alma, la conturba, la acongoja.
Mas al nombrar los habitantes de las aguas dulces, los peces de nuestros ríos, sólo escenas apacibles y risueñas se ofrecen a nuestra reminiscencia; ríos sosegados que se deslizan mansamente por entre márgenes románticas; lagos encantadores colocados en valles pintorescos, embellecidos y animados por pajizas chozas que abrigan corazones buenos y sencillos. Un día templado y sereno nos