subsistencia y la de su familia por medio del trabajo; que construye sus ciudades pendientes de un árbol, muradas y techadas; compuestas de grandes caseríos, con sus calles y sus plazas.
Si al más sabio geómetra o ingenioso arquitecto se le propusiese el problema de formar el mayor número posible de viviendas, en el menor espacio, con la mayor solidez y el menor gasto de materiales y trabajo, consultando también la mayor comodidad y seguridad de sus moradores, y bajo un plan que pueda continuarse indefinidamente según el incremento de la población; tal vez alcanzaría su ciencia a resolverlo satisfactoriamente, y si lo consiguiese, no podría ser otra la solución, que el camuatí.
Sería necesario ocupar un gran volumen para exponer toda el arte, toda la habilidad, toda la sabiduría con que está trabajada esta obra maravillosa; arte, habilidad y sabiduría, que, sin duda, no están en el insecto que la ejecuta. Me limitaré a hacer una breve descripción que, aunque defectuosa, tendrá siquiera el mérito de la relación del primer viajero que visita un país desconocido.
El camuatí en su exterior es semejante a la colmena de los antiguos y a la que, después de mil ensayos, ha adoptado y descripto Lombard modernamente; de lo que resulta, que el ingenio del hombre no ha podido encontrar para morada de la abeja, una forma más adaptable que la que ofrece el camuatí. Es un cono truncado, con su cúspide hemisférica, se asemeja a una campana colgada, pero la base es inclinada y convexa.
El tamaño del edificio, varía según el período de su construcción; los hay hasta de tres pies de altura y dos de diámetro. También varían mucho las relaciones geométricas entre su elevación y la amplitud