sus alas hasta el suelo e imprimiéndose por intérvalos un sacudimiento que produce un ruido semejante al de las vibraciones de una hoja de esmalte; como si se ufanase, cual pavo real, ostentando la belleza de su ropaje.
Llegado el tiempo del desove, en el otoño, la hembra del mamboretá lo efectúa, saliendo cada huevecillo envuelto en una masa gris, en tal disposición, que los cuarenta o más huevos oblongos quedan acomodados paralelamente en tres o cuatro hileras, formando un grupo en forma de una pequeña avellana adherida a la bifurcación de la rama de un arbusto. La masa después de seca, queda bastante dura, esponjada e impermiable para proteger la nidada contra las desigualdades del clima, durante todo el invierno. De este modo se salva la especie, y esto explica como ha podido extenderse por tantas regiones un ser que perece en el invierno. A los primeros calores del verano salen del huevo ya en aptitud de buscarse la vida cazando insectillos. Tienen desde chicos la misma estructura de sus padres, pero sin alas, y son más vivos y graciosos en sus movimientos. Al paso que van creciendo, mudan el pellejo varias veces, hasta que, siendo adultos, les crecen las alas. Hay otras especies, aunque no tan comunes, de formas muy extrañas; una, al primer aspecto, parece una pajita y éste es el nombre que lleva; otra, parece una media hoja seca, lo que ha dado origen a la creencia vulgar de que son realmente pajas y hojas convertidos en bichos.
Tal es el mamboretá, el más extraordinario de los msectos; tan raro por su figura como por su desarrollo, maneras y costumbres, que nace perfecto en