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El mamboretá o el profeta, el religioso, etc. — 147

labradores, cada uno propietario de una casa y heredad en cultivo, sin duda, porque comprendian que la propiedad territorial es un derecho y el trabajo un deber de todos, y por consiguiente formaban una sociedad basada sobre la justicia, la igualdad y la fraternidad; de lo que necesariamente debía resultar la libertad y el bienestar de todos sus miembros. En una palabra, debió ser un pueblo laborioso, bueno y feliz. Tal era en efecto la nación numerosa de los Guaraníes que tranquilamente ocupaba este dilatado suelo en la época de su descubrimiento por los Españoles. Así lo describen los primeros historiadores del Río de la Plata: eran labradores, industriosos, pacíficos, bondadosos y hospitalarios.

Y todavía conservan tan buenas cualidades los míseros restos que de aquella raza han quedado con la denominación de Correntinos y Paraguayos, que aun poseen en toda su integridad y belleza el idioma de sus mayores, única herencia que aun no se ha intentado arrebatarles. Empero, esa nación infortunada, dejará, a despecho de sus verdugos, un monumento de su civilización y de su importancia, tan duradera como el planeta que habitamos, en los caracteres de su admirable idioma indeleblemente estampados en los árboles y en los valles, en los bosques, en los ríos, en las creaciones todas del vasto y fecundo suelo que fué suyo, pues que en todos sus ámbitos se verán siempre y serán perpetuamente repetidos los nombres guaraníes, hasta del más oculto arroyuelo, de la más humilde planta, del más pequeño pececillo y del insecto menos conocido; nombres sabiamente impuestos por la nación guaraní, que han sido adoptados, no sólo por sus dominadores, sino por la ciencia misma.