su relevante bondad y exquisito aroma; ellos son el adorno de nuestras mesas y uno de los postres más deliciosos.
Antes de su madurez, se comen preparados en compota o en conserva; y en mermelada, estando maduros. Para conservarlos sin dispendio, se secan al horno con su hollejo, o al sol, decortezados y enteros, o descarnados, y con más frecuencia reducidos a lonjas, lo que constituye los orejones; preparaciones todas que no les dejan sino una parte de su mérito, pero nada pierden de la propiedad nutritiva y saludable.
Se extrae de esta fruta, por su abundancia, el aguardiente de durazno para el comercio local, en alambiques establecidos en el delta. Con el hueso o el carozo, haciéndolo infundir en aguardiente, se prepara uno de los mejores licores, conocido bajo el nombre de agua de noyó, de virtud estomacal. Un uso más importante de la parte leñosa de estos huesos es el que de ellos se hace para la preparación de un hermoso negro muy usado en la pintura al óleo bajo el nombre de negro de albérchigo, y muy estimado por el hermoso gris que de él se obtiene. Del tronco y ramas de este árbol suele manar una goma que tiene mucha analogía con la goma arábiga, y es considerada con razón como una sucedánea de ésta. Se la emplea en los mismos usos.
La madera del duraznero, que en otro tiempo era la única leña que se quemaba en las cocinas de Buenos Aires, y que continúa empleándose en la campaña como postes de corral, está hoy día clasificada entre las mejores maderas para taracea o embutidos. Sus vetas son anchas y bien marcadas, de un bello rojo pardo, mezcladas con otras vetas