es el árbol de otros climas que aventaje a nuestro ombú en frondosidad, majestad y hermosura? Bien puede herir su copa un sol abrasador, bien puede faltarle el refrigerio de los rocíos y el alimento de las lluvias, no por eso dará paso a un solo rayo del astro, ni soltará una sola de sus hojas; mientras que los demás árboles languidecen, se angosta su follaje y ralea su sombra en la estación, de los calores.
En otro tiempo, añosos copudos ombúes recibían al viajero delante del muelle de Buenos Aires, y por su belleza y su frescura se hacían amar y admirar del extranjero, desde que pisaba nuestras playas; empero fueron despiadadamente arrancados por el gusto pervertido de los que no encuentran nada hermoso en su patria; por los que no se impresionan de la sublimidad de la pampa ni de la magnificencia del gigantesco vegetal que forma su mejor ornamento. Despreciamos el ombú porque no lo hemos visto ensalzar en los idilios de Gésner o de Meléndez, por más que nuestros poetas le hayan consagrado bellísimas estrofas. ¿Será menester que vengan los extraños a enseñarnos a apreciar y admirar lo que es bueno y bello en nuestro suelo?
¡Seno hermoso de la patria que siempre encontré lleno de encantos, que has hecho siempre las delicias de mi vida! ¡Cada día hallo en tí nuevas gracias que gozar, nuevas maravillas que admirar! Niño todavía, yo amaba los bosques misteriosos de tus islas y las llanuras solitarias de tus pampas. ¡Con qué embeleso, desde la altura de las raíces del ombú, seguía con la vista el arado del labrador, y las crecidas bandas de pájaros que se precipitaban sobre el reciente surco, en pos de