con estrépito y continuos resoplidos. Era cosa digna de notarse, que cuando yo zambullía, me esperaba en el mismo lugar donde yo salía, y nadando a mi lado regresaba a la orilla.
"Vd. sabe que no hay, y añadiré, ni puede haber un Correntino que no sea un gran nadador. Las bellas y generosas Correntinas también hacen de ello alarde y tanto, que he visto a muchas hijas de Goya, de Bella Vista, y de la Capital, vadear el río Paraná y regresar casi sin descansar en la orilla opuesta que pertenece al Chaco. Todos a la vez invitaban al carpincho, lo acariciaban y aún lo obligaban a nadar con ellos; pero jamás lo hizo, permaneciendo siempre a mi lado y nadando al rededor. Quedaba en el río mientras yo me vestía; mas viendo que doblaba la sábana, salía a recibir su pequeña carga, marchaba adelante y me esperaba en la puerta de mi habitación, tendido de largo a largo. Ya la sirvienta le había quitado la ropa y entonces recibía un chipá que devoraba en dos minutos.
"En un viaje que hice a la ciudad de Corrientes, me embarqué con el carpincho y lo hacía dormir en la cámara. Al segundo día de navegación, el viento contrario nos obligó a tomar puerto, y luego el patacho estuvo asegurado con un cable a un corpulento sauce, rozando su costado con la barranca, un poco más baja que el casco del buque. Salto yo sin plancha a tierra, siguiéndome el carpincho, que muy luego desaparece entre el follaje. Dos largas horas habían transcurrido; el sol se aproximaba al ocaso, y mi carpincho no volvía. Poco después un marinero, que desde lo más alto del palo mayor observaba la costa, me grita: "El carpincho se ha reunido