del que les daba el sustento." El picaflor de nuestras islas busca sin ningún interés la compañía del hombre. Todos los años sacan cría dentro de mi rancho; este verano dos casales hicieron sus nidos, uno en la punta de una filástica que colgaba de la cumbrera, y el otro en una ramilla de la quincha, al alcance de mi mano.
El picaflor y el chajá no se alimentan sino de vegetales; aquél libando las flores, y éste pastando la yerba, sin tocar a los granos ni a las frutas. Esta condición debe hacer más aceptables sus servicios para el hombre; esos servicios con que parece que ellos se le brindan, al acercarse constantemente a su mansión. El uno quiere alegrarla con su hermosura y su donaire, el otro defenderla de las aves rapaces, con su valor y con sus armas. El chajá es el temible enemigo del águila, de los gavilanes y todas las aves de rapiña. Su vigilancia no cesa un solo instante. Para no faltar a ella por la noche y poder dormir tranquilo, tiene cada bandada un centinela que despierta a los demás con un grito de alarma, cuando los amaga algún peligro, a fin de ponerse en defensa, o huir todos a la vez. También participa el picaflor del coraje del chajá. Prevalido de la prodigiosa velocidad de su vuelo, acosa sin temor a los pájaros que se acercan a su nido, y clavándoles su agudo pico, pone en vergonzosa fuga al altivo halcón y al atrevido caracará, haciéndoles conocer que entre las aves, lo mismo que entre los hombres, no hay enemigo débil.
El chajá, la mayor de las gallináceas, es tan corpulento como el pavo, pero más alto y cuellierguido; se asemeja mucho al terutero, en figura, garbo y costumbres, salvo que éste es insectívoro y aquél herbívoro. Se les ha dado esos nombres por