brotes; pero a similitud del carapachayo, no tiene otra cosa de montaráz sino su domicilio, pues su carácter más saliente es el de la tranquilidad y mansedumbre; sus costumbres son tan pacíficas como sociales. Verdad es que la constante persecución que han sufrido las pavas del monte, por ser bocado exquisito, las ha hecho tan desconfiadas, que en el bajo delta no se presentan sino por casales; pero siempre se acercan a los ranchos, como para manifestar su inclinación a la vida doméstica. Aunque se tomen ya adultas, en breve se muestran tan familiares como las gallinas, y no son más delicadas o melindrosas que éstas para alimentarse.
"Es de admirar (dice Mr. Lesson) que hasta ahora no se haya pensado traer a nuestros corrales unas aves que son tan preciosas como el mismo pavo y no menos fácil habituarlas a nuestro clima. Su natural lleva demasiado impreso el sello de la indolencia y de la tranquilidad de hábitos para que en poco tiempo puedan obtenerse resultados favorables. Por otra parte parecen hallarse contentas a la inmediación del hombre cuya sociedad buscan, y al acercarse la noche vienen a recogerse en la guarida que se le ha preparado, donde viven en paz."
Todo lo que se ha dicho del yacú es aplicable al pato real, otro de los moradores del delta, llamado así por su grandeza y la brillantez de su ropaje. Es de cerca de una vara de largo; tiene la cabeza guarnecida de protuberancias carnudas de un color rojo muy vivo; su plumaje es de un negro reluciente; tornasolado con verde oscuro: saca hasta catorce patitos de cada incubación. Le gusta encaramarse sobre los árboles, y suele aovar en ellos aprovechándose de los nidos abandonados de otras aves.