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que comamos en el comedor. Luego, los hombres saldrán a fumar a la terraza.

—¿Habrá alguno interesante?

—No sé todavía. Sólo sé que vendrá el abuelito.

—¡Ah, el querido abuelito! Me alegraré mucho de verle. hace mucho tiempo que no le he visto Ana empezó a dar palmadas de alegría.

—Vendrá mi cuñada, y quizá el profesor Spechnikov. Me encontraba en un gran aprieto: ya sabes que el abuelito y el profesor son unos gastronomos; pero ni aquí ni en el pueblo es posible hallar nada bueno. Luka, el cocinero, ha conseguido unas perdices que ha matado un cazador. Me ha prometido hacer un plato excelente. Después tendremos el inevitable "rostbeaf", cangrejos...

—Bueno, no está mal... No te inquietes. Verda:l es que a ti también, aquí, para "inter nos", te gusta comer bien.

—Tendremos además un plato poco vulgar: esta mañana, un pescador ha traído un gallo de mar.

¡Un verdadero monstruo! Me ha dado miedo.

Ana, siempre curiosa, se empeñó en ver el monstruo, y mandó que se lo llevasen. Un minuto después se presentó el cocinero Luka, alto, afeitado, amarillo, con una ancha cubeta.

¡Doce libras y media, excelencia!—dijo con orgullo cocineril—. Lo hemos pesado.

El pescado era demasiado grande para la cubeta, y estaba enrollado en el agua. Su escama era de un matiz dorado, y sus aletas, de un vivo color rojo. A ambos lados de la boca enorme y rapaz