ir peor, porque esas provincias nunca son buenas para hombres así, como yo, sin un peso, ni mucha letra menuda, ni mucha fuerza... ni muchas ganas de trabajar tampoco... Y tanto temé, que al fin resolví largarme y principié á hacer economías de á centavo—¡yo que nunca había juntado plata!— hasta que reuní todo lo que necesitaba para el viaje... lo preciso y nada más.
No he de contar los milagros y otras vivezas que tuve que hacer para juntar la platita: ya se lo imaginarán, y de no, poco importa. El caso es que un día me acomodé en el tren,—claro que en segunda, porque no había boleto de perro!—llegué hasta Córdoba, subí al Central Argentino, y en el Rosario me embarqué para Campana en el vapor de la carrera, porque la cosa salía más barata... Campana era entonces el puerto de salida y de llegada de los vapores del Paraná, y ahí mismo se tomaba el tren para Buenos Aires.