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EL CASAMIENTO DE LAUCHA

ta yerbas y palos de droguería que necesitaba. Compré también por s¡ acaso un «Manual del Licorista» y sin perder tiempo, acordándome del buen consejo de ño Cipriano, me volví á Pago Chico, y enderecé en seguida para la esquina «La Polvadera», como le sabían decir á la casa de negocio.

No se me da la gana decirles, cómo me recibió doña Carolina, pero les aseguro que no fué mal... ¡No! ¡lo que es eso no! hasta ahí no llegaba la broma todavía...

Bueno, pues, al otro día mismo, ya me puse á hacer mis menjunjes, y de ahí salió anís, coñac, ginebra, guindado, hasta vermouth; rebajé todo el vino que había (dejando unas damajuanas aparte para nuestro uso) le eché mucho aguardiente, un poco de anlina, y de cada cuarterola alcancé á hacer más de dos, como se lo había prometido á mi gringa. Y todavía me acuerdo que, entusiasmado con el trabajo, hasta inventé licores, ó más bien di-