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EL CASAMIENTO DE LAUCHA

Yo no había vuelto á hablarle del asunto serio, pero en todo aquel tiempo, la miraba con ojos de carnero degollado, rondándola y pensando: «¡Ya has de caer! ¡ya has de caer, mi vida!» seguro de que no se me iba á escapar. Y todavía haciéndome el sonso, le salí con esta agachada:

—¿Qué quiere decirme, señora, con felices en todo sentido?

La gringa se desentendió, contestándome colorada:

—Conversaremos esta noche, después de cerrar el negocio... Entonces le diré la contestación...

Yo hubiera bailado en una pata, de puro contento.

Y efectivamente... Cuando acabamos de comer, cerré la puerta de la ramada—que se cerraba por afuera,—entré al negocio por la del patio, y me encontré á Carolina que me estaba esperando.