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EL CASAMIENTO DE LAUCHA

pueblo de campo, aunque le lluevan las limosnas y le goteen las velas para los santos, y haga como el sacristán de Nuestra Señora de la Estrella: ¿«la mita p'a mí, la mita p'a ella?» Yo no creía, ni muchos creían tampoco, que el cura Papagna estuviese regularón siquiera; pero es que era un verdadero pillo, un gran canalla, un fraile como no he visto otro en todas mis recorridas por esta tierra, en que he hallado unos muy buenos, otros regular no más, y otros muy malos... ¡No, lo que es como aquél!...

El cura Papagna era bajito, gordinflón, muy narigueta, bastante canoso, con unas manos peludas y como patas de carancho, pero más gruesas, natural! Andaba siempre con la sotana perdida de lamparones, y la barba sin afeitar de muchos días, así es que parecía—y era—un sucio! Yo no sé si han notado que hay gente que se diría que no se afeita nunca; pero entonces ¿cómo es