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EL CASAMIENTO DE LAUCHA

padrinos el viejo ño Cipriano, y una parda medio adivina que vivía en un ranchito cerca del negocio, y siempre andaba descalza y de pañuelo colorado en la cabeza.

Carolina se había encajado un gran traje de seda negra, con pollera de volados y bata de cadera, y se había puesto una manteleta en la cabeza, que le pasaba por detrás de las orejas y se ataba debajo de la barba, unas caravanas larguísimas de oro que le zangoloteaban á los lados de la cara redonda y colorada, y un tremendo medallón con el retrato del finadito, de medio cuerpo. Después se puso el mío...

El cura, que fué en su bayo peludo, sin sacristán ni nada, nos echó sus jerigonzas, en dos minutos, hizo firmar la partida de casamiento, la firmó él también, salió al patio conmigo, me dio el papel sin que nadie lo viera, montó el sotreta, y se largó al trotecito para el pueblo, gritando: