mente. Aquí y allí, se veía añadida alguna breve observación, á una fecha, que generalmente era nada más que la palabra doble, que se hallaba repetida quizá seis veces en un total de algunos centenares de entradas; una vez, enteramente al principio de la lista, y seguidas de algunos signos de admiración, estaban las palabras fracaso total.
Todo esto, aunque excitando mi curiosidad, me decía poco respecto del objeto final. Un tarro con cierta tintura, un papel con una sal, el diario de una serie de experimentos que, (como ocurría á menudo con las investigaciones de Jekyll), no conducía á nada práctico. ¿Por qué razón la presencia en mi casa de esos varios objetos podía afectar á la honra, ó al estado del espíritu, ó á la vida de mí ligero colega? Si su mensajero podía ir á un punto ¿por qué no podía ir á otro? Y aunque hubiese alguna imposibilidad, ¿por qué ese caballero tenía que ser recibido en secreto? Cuanto más reflexionaba en todo eso, más