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El DR. JEKYLL.

me asustaba. Podía, es verdad, taparme la cara, ¿pero de qué me hubiera servido, puesto que no podía ocultar el cambio de mi estatura? Luego, con indecible alegría recordé que los criados estaban ya acostumbrados á las idas y venidas de mi otro yo. Vestíme pronto lo mejor que pude, con el traje de mi estatura ordinaria; atravesé rápidamente la casa y tropecé con Bradshaw, quien me miró sorprendido, apartándose al ver á Mr. Hyde á aquella hora y con aquel traje; diez minutos después, el Doctor Jekyll había recobrado su forma habitual, y estaba sentado, con la frente sombría, para aparentar que almorzaba.

Mi apetito era realmente bien excaso. Ese incidente inexplicable, esa contradicción en mis experimentos previos, parecían, como los dedos babilónicos sobre la pared, escribir los términos y las letras de mi sentencia. Comencé á reflexionar más seriamente de lo que hasta entonces, sobre el fin y sobre los acontecimientos posibles de mi