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Ya describimos las actividades humanas que intervienen y han intervenido en el ciclo del agua a lo largo de la historia en el territorio de la actual república de Chile. Ahora revisaremos el esquema clásico del ciclo del agua, ese que todos y todas conocemos.

En dicho esquema se refleja el ciclo natural del agua en un valle prototípico en el que se nos muestra, casi siempre a color, un espacio por el que corre un caudaloso río azul. Podemos seguir el recorrido de ese río, desde su nacimiento, en unas altas montañas nevadas, hasta su desembocadura en un mar u océano, igualmente azul, desde el que se vislumbra la evaporación del agua por efecto del calor del sol. El agua se condensa en forma de nubes que descargan sus aguas sobre un valle siempre verde y sobre el río, nuevamente, que recibe también aguas procedentes del deshielo en unas altas montañas siempre cubiertas de nieve en su cima. Parte de estas aguas se filtran al subsuelo, desde donde, tras su recorrido subterráneo, se dirigen hacia los lagos o el mar. Atendiendo a este esquema, el agua aparece como un recurso inagotable que se produce en un ciclo sin fin, en un entorno paradisíaco que se muestra inalterable e inalterado, porque no se vislumbra en él ningún vestigio de vida o de actividad humana o industrial.

Esa es la imagen con la que hemos aprendido la mayoría de nosotros/as el ciclo del agua y ese es el cuadro que se sigue reproduciendo en manuales escolares y en internet. Pero, lamentablemente, ese esquema es un producto ideal diseñado para explicar los diferentes estados del agua y su circulación en la atmósfera, en el que no se tiene en cuenta la diversidad de situaciones geográficas y ambientales, ni tampoco las actividades humanas que intervienen e interfieren en cada una de las fases del mencionado ciclo.

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