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obrar como soberanos cada uno en su distrito, y empezar por hacerse independientes para llegar á ser despues los señores.

Pero si bien la aristocracia no exije tantas virtudes como el gobierno popular, tambien requiere otras que le son propias; pues exije moderacion en los ricos, y ninguna ambicion en los pobres, ni parece que viniese al caso en semejante gobierno una rigurosa igualdad, que ni aun en Esparta pudo ponerse en práctica.

Por lo demas si esta forma permite cierta desigualdad de fortunas, no es sino paraque la administracion de los negocios públicos se confie generalmente á los que pueden dedicarse mejor á ellos; pero no, como pretende Aristóteles, paraque sean siempre preferidos los ricos. Al contrario, conviene que una eleccion contraria enseñe algunas veces al pueblo, que en el mérito de los hombres hay motivos de preferencia mas relevantes que la riqueza.

CAPÍTULO VI.
De la monarquía.

Hasta aqui hemos considerado al principe como una persona moral y colectiva, unida por la fuerza de las leyes, y depositaria, en el estado, del poder ejecutivo. Ahora debemos considerar este poder reunido en manos de una persona natural, de un hombre real,