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¡Ah, qué desgraciada soy! ¡No hay nadie que me defienda! ¡Qué canalla de hombre! ¡No se contenta con engañarme, con querer convertirse en turco y tener dos mujeres a la vez, sino que viene ahora a comprometerme ante toda la aldea! ¡Y no se mueve ni siquiera cuando le pego! ¡Yo no sé ya qué hacer con este hombre pervertido!

El molinero, contento y alegre, preguntó:

—Di, me vas a pegar más? Espero. Si has acabado me sentaré en el banco, porque estoy cansado.

La joven se disponía ya a darle nuevamente algunos buenos golpes; pero la madre comprendió que algo le había pasado al molinero y detuvo a Galia.

—¡Espera, hija mía! Antes de pegar a un hombre, lo mejor es preguntarle qué le pasa. ¿No ves que no está en sus cabales?

Y, dirigiéndose al molinero, le hizo una pregunta clara:

—Di, ¿de dónde vienes a estas horas a casa de unas mujeres inofensivas? ¿Por qué diablos estás tan contento y repites "al fin ya estoy aquí"?

El molinero, en vez de responder, se frotó los ojos y preguntó a su vez:

—Dime, madrecita, ¿estoy aquí verdaderamente, o esto no es más que un sueño? ¿He caído del cielo, o vengo de mi molino? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que estuve por última vez en vuestra casa, una noche o un año?

—¡Pero estás loco! ¡Haz en seguida la señal de