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¡Yo era demasiado pequeño y no comprendía nada de lo que pasaba a mi alrededor. Me quedé pronto dormido, bajo el ruido monótono de la tempestad.

De pronto vi a alguien que rondaba la casa.

Se acercó al árbol y desató el caballo, que golpeó la tierra con el pie, y, relinchando, huyó por el bosque. Después volví a oír alguien, a caballo, que se acercaba a la casa. Llegó hasta la puerta, saltó a tierra y se asomó por la ventana.

—Señor!—gritó Bogdan, pues era él; reconocí su voz—. Señor, abre en seguida! ¡El maldito Opanas trama alguna cosa! ¡Ha desatado tu caballo, que ha huído por el bosque!...

Pero apenas había dicho esto, cuando alguien le sujetó por detrás. Oí el ruido de un cuerpo que caía.

El señor abrió la puerta, con su escopeta en la mano; pero en el umbral de la casa Román le sujetó y le tiró al suelo.

El señor comprendió que aquello tomaba mal aspecto, y dijo:

— Déjame, Román! ¿Es así como me agradeces el bien que te he hecho?

Y Román le respondió:

—Sí, canalla; me acuerdo muy bien de lo que has hecho por mí y por mi mujer. Ahora te lo voy a pagar.

Entonces el señor dijo:

—Defiéndeme, Opanas, mi fiel servidor! Siemre te he amado como a un hijo.

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