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i 185 blado con ella. A los pocos instantes le dije de nuevo:

—Señorita, hace fresco, va usted a coger frío.

Entonces se volvió hacia mí y me miró sorprendida con sus grandes ojos negros.

—¡Déjeme usted en paz!

Y se puso a mirar de nuevo por la ventanilla.

Yo me encogí de hombros y retrocedí algunos pasos.

Se diría que se había tranquilizado algo. A ratos, cerraba la ventana y se envolvía en su capa:

hacía bastante frío; pero a los pocos momentos, se ponía de nuevo a la ventana, a pesar de la frialdad del viento, y miraba ávidamente los campos. Tras una larga estancia en la prisión, la extensa vista que contemplaba a lo largo de la vía férrea, la apasionaba. Hasta se había puesto más alegre, y una sonrisa de júbilo florecía, a veces, en su rostro. Era un verdadero placer mirarla en aquellos momentos...

Calló el sargento, sumido durante algunos instantes en sus recuerdos. Luego continuó:

—Naturalmente, todo esto era nuevo para mí.

Después, me he acostumbrado; he hecho luego no pocos viajes con deportados políticos. Pero la primera vez me daba mucha pena. "¿Dónde llevamos a esta pobre niña?"—me preguntaba yo mismo. Además preciso es que se lo diga a usted todo, además se me había ocurrido una idea:

"Si pidiera permiso para casarme con ella?"me decía yo. Le haría olvidar todas aquellas