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¡El molinero no tendría esa suerte! Japun se llevaría a cualquier otro judío, pero no a Iankel...

Luego, durante algunos instantes, el molinero tuvo remordimientos de conciencia.

"¡Ay, Felipe!—se decía a sí mismo, a modo de reproche. Un buen cristiano no debiera tener nunca tales pensamientos. Por otra parte, Iankel tiene hijos, y si desaparece habrá que pagarles el dinero que se le deba a su padre. Y luego, es un pecado querer el mal ajeno. Tanto más, cuanto que Iankel no te ha hecho daño. Verdad es que hay personas que tienen sus razones para quejarse de Iankel. Pero ¿es que él, Felipe, obra mejor?..." Tras estos pensamientos, que le mordían como perritos, venían otros no tan desagradables.

"Y, sin embargo, es un judío que no se puede comparar con un cristiano. Es cierto que yo cobro interés lo mismo exactamente que él; pero creo que les será más agradable pagárselo a un buen cristiano, como yo, que no a un judío, como Iankel." En este momento la campana de la aldea sonó por última vez. Probablemente, el viejo sacristán, dormido, tiraba de la cadena en los momentos en que se despertaba, y por eso las doce campanadas de las doce tardaron tanto tiempo en sonar. La última campanada fué tan fuerte, que el molinero sintió un estremecimiento; vibró largo rato por encima de la aldea, del río, de los campos lejanos.

4 "A esta hora todo el mundo está ya durmiendo —pensó el molinero—. Todo el mundo está en la

EL DIA