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molino en marcha. Pero al mismo tiempo tenía curiosidad por ver lo que iba a pasar.

El diablo tan pronto descendía como se elevaba por encima del bosque; pero se veía bien que sus fuerzas se agotaban. Por dos veces, llegó a tocar el agua, en la que se formaron círculos; pero inmediatamente el diablo hacía un esfuerzo y se elevaba con su presa, como una gaviota que acaba de atrapar un gran pez. Las fuerzas le faltaban visiblemente, cada vez más. Al fin, después de describir anchos círculos en el aire, cayó rápidamente en medio de la presa y se tendió sobre ella como un cadáver. El judío, medio muerto, extenuado, yacía a su lado.

Es necesario decir que nuestro molinero había reconocido en seguida a aquel judío. Y para no ocultaros la verdad, es necesario deciros también que había quedado muy contento al reconocer en él a su acreedor Iankel de Novo—Kamenka.

—Alabado sea Dios!—pensó gozoso. El Japun se ha llevado esta vez a Iankel en persona.

¡Esto se pone interesante! Lo que me parece es que yo no tengo por qué meterme en este negocio:

cuando dos perros se pelean, el tercero no tiene nada que hacer allí. Decididamente, no tengo por qué mezclarme en esto. Como si no estuviera aquí.

No se me puede pedir que yo vele por el judío...

Al mismo tiempo tuvo un pensamiento de júbilo:

—¡Ahora voy a ser yo el amo de la aldea!

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