Página:El día del juicio (1919).djvu/65

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
61
 

—Precisamente.

—¿Es ese tu plan? Bien, pues que Gavrilo te regale las botas, que yo, por mi parte, te declaro que no le permitiré. Primero le rompo las piernas a tu Gavrilo, ya lo sabes.

—¡ Dios mío, qué pronto se enciende usted! Hasta se podría cocer un huevo en su cuerpo. ¡Pero déjeme usted acabar!

—Después de esa necedad que has inventado, no espero nada bueno.

—Dios mío, qué hombre! Verá usted...

Iarko puso a un lado la pipa, miró maliciosamente al patrón y chasqueó la lengua de tal modo que el otro se sintió más a gusto.

—Dice usted, pues, que amó a Galia, a pesar de que era pobre.

—Ya lo creo!

61 —Pues bien, nadie le impide amarla cuando sea la mujer de su ayudante. Ese era mi plan.

Los tres habitarán en el molino, y las cosas se arreglarán perfectamente. ¿Comprende usted ahora que no es una tontería lo que yo le propongo?.

¡Oh, usted no me conoce aún! ¡Yo tengo a veces ideas! Sobre todo, no olvide usted que me ha prometido las botas.

—¿Y si se echa a perder tu plan?

—¿Por qué se va a echar a perder?

—¿Qué sé yo? El viejo Makogon puede negarme la mano de su hija.

—Esté usted tranquilo: he hablado ya con él.

—De veras?

1