cuarto bajo, cuyas rejas rasgadas descubrían algunas luces, vieron mucha gente de buena capa (1) sentados con grande orden, y uno en una silla con un bufete delante, una campanilla, recado de escribir y papeles, y dos acólitos a los Jados, y algunas mujeres con mantos, de medio ojo, sentadas en el suelo, que era un espacio que hacían los asientos, y el Cojuelo le dijo a don Ckofás:
1 —Esta es una academia de los mayores ingenios de Sevilla, que se juntan en esta casa a conferir cosas de la profesión y hacer versos a diferentes asumptos; si quieres (pues eres hombre inclinado a esta habilidad), éntrate a entretener dentro; que por huéspedes y forasteros no podemos dejar de ser muy bien recibidos.
Don Cleofás le respondió:
—En ninguna parte nos podemos entretener tanto: entremos norabuena.
Y trayendo en el aire, para entrar más de rebozo, el Diablillo dos pares de antojos, con sus cuendas de guitarra para las orejas, que se los quitó a dos descorteses, que con este achaque paHan su descortesía, que estaban durmiendo, por ejercella de noche y de día, entraron muy severos en la dicha Academia, que apatrocinaba, con el agasajo que suele, el conde de la Torre, Ribera, y Saavedra, y Guzmán, y cabeza y barón de los Riberas. El presidente era Antonio Ortiz Mel(1) Buen aspecto.